La ciudad romana de Hispalis no supuso el primer asentamiento urbano en lo que hoy es Sevilla. Anteriormente estuvieron allí los tartesos y los cartagineses. Estos últimos sucumbieron al Imperio Romano, que la dominó desde el año 205 a.C. La caída de Roma provocó que fuera ocupada por los vándalos silingos hasta que la tomaron los visigodos. Desde 712 estuvo en poder de los musulmanes, que le cambiaron el nombre por Isbiliyya, denominación que ha derivado en Sevilla. Durante el dominio Almohade, la ciudad se convirtió en una de las más importantes de España. Su paso por Sevilla dejó la Torre del Oro y la Mezquita Mayor, de la que se conserva su minarete, la Giralda, símbolo de la ciudad. En 1248 pasó a manos cristianas, lo que engrandeció todavía más Sevilla. El descubrimiento de América le trajo todavía más esplendor, y aunque fue perdiendo importancia con los siglos, en el XX se consolidó como una importante urbe al ser elegida como capital de Andalucía en 1981 y sede de la EXPO en 1992, uno de los grandes hitos de la ciudad.
Sevilla tiene un encanto especial, una magia muy particular que no todas las urbes tienen. Tiene en su haber una serie de monumentos imprescindibles como la Catedral, uno de los templos más grandes de la cristiandad. Su interior es majestuoso, pero el exterior es incluso más impresionante. Junto a ella se alza imponente la Giralda, el minarete de la antigua mezquita que se encontraba en ese lugar y que está coronada por el Giraldillo, obra creada en el siglo XVI por el escultor Bartolomé Morell que se ubica en lo más alto a modo de veleta. Dentro del recinto catedralicio destaca también el Patio de los Naranjos.
Y si la Catedral y la Giralda impresionan, no lo hacen menos los Reales Alcázares. Sobre los viejos palacios almohades, el Rey Pedro, Cruel para unos y Justiciero para otros, ordenó construir una nueva residencia en el siglo XIV. El resultado fueron los Reales Alcázares, un hermoso monumento en el que destacan el Palacio, el Patio de las Doncellas, los Baños de Doña María de Padilla o la Casa de la Contratación, esta última añadida por orden de Isabel la Católica. Los edificios son una obra de arte, mientras que sus ricos jardines, una joya imprescindible.
Otros lugares de interés son el Archivo General de Indias, de 1598, el Palacio de San Telmo, un ejemplo de barroco sevillano de 1734, la antigua Fábrica de Tabacos, reconvertida en Universidad, la Casa de Pilatos o el Palacio de Las Dueñas. No se puede obviar la visita al pulmón verde de Sevilla: el parque de María Luisa, que además de grande, frondoso y dotado de una gran belleza paisajística de estilo francés, acoge la Plaza de España, una obra de arte delimitada por dos torres y salpicada de puentes que salvan el canal que recorre la zona. Destacan las representaciones de todas las provincias de España.
Ese color especial y esa magia tan particulares se notan particularmente en el Barrio de Santa Cruz, que con sus calles estrechas, sus plazas y sus casas con patios ajardinados dotan a esta zona de un brillo especial. A orillas del Guadalquivir, río que se puede recorrer dando un paseo en barco, se alza imponente la Torre del Oro, sede del Museo Naval. Cruzando el río se encuentra el barrio de Triana, con la animada calle Betis, la Capilla de los Marineros, y la Real Parroquia de Señora Santa Ana. No se pueden obviar la Basílica de La Macarena, la calle Sierpes, una arteria comercial y animada, la bulliciosa Alameda de Hércules, la Plaza Nueva, donde se encuentra el Ayuntamiento de Sevilla, el parque temático Isla Mágica o la Plaza de Toros de La Maestranza. Entre los museos destacan el de Bellas Artes, el de Artes y Costumbres Populares y el Arqueológico.