Por sorprendente que pueda parecer, en la comarca cacereña de La Vera se encuentra el testigo de piedra de uno de los hitos más importantes de la historia de Europa. El Monasterio de San Jerónimo de Yuste se situó en el mapa del Viejo Continente cuando en el siglo XVI el emperador Carlos I de España y V de Alemania, uno de los monarcas más poderosos de todos los tiempos por la cantidad de territorios sobre los que gobernó, lo eligió como lugar de retiro tras abdicar la corona del Sacro Imperio que gobernaba en 1555 y ceder el testigo a su hermano Fernando, al que traspasó la rama germana, y a su hijo Felipe II, que heredó los reinos y las posesiones hispánicas.
Debido al ilustre y regio personaje al que dio cobijo entre 1557 y 1558, algo más de un año y medio, hoy en día el Monasterio de San Jerónimo de Yuste forma parte de la red de Patrimonio Nacional, que administra todos aquellos monumentos que históricamente han estado ligados a la Corona española. Sin embargo, también hay que destacar que este edificio está catalogado como Bien de Interés Cultural por su riqueza artística y que le fue concedido el Sello de Patrimonio Europeo, otorgado por la Unión Europea a aquellos sitios y lugares que han desempeñado un papel fundamental en la historia del continente.
El retiro del Emperador
Había transcurrido algo más de medio año desde la muerte de su madre, la Reina Juana La Loca, cuando el emperador Carlos I convocó en Bruselas a toda la Corte imperial, en octubre de 1555. Se iniciaba de este modo las que han pasado a la historia como Abdicaciones de Bruselas, una serie de actos por los que cedió todo su patrimonio a sus herederos. Por un lado, a su hermano Fernando le concedió la corona imperial y los territorios asociados a ella, heredados de su rama paterna, mientras que a su hijo Felipe, que reinaría como Felipe II de España, los correspondientes a la herencia materna, como así eran los reinos de Castilla, Aragón, Nápoles, Las Indias, etc.
Una vez que todo quedó resuelto, Carlos I de España y V de Alemania, duramente dolorido por sus ataques de gota, emprendió el regreso a Castilla, donde sus físicos le habían recomendado que se retirase a la comarca de La Vera, en Extremadura, cuyo clima le sería beneficioso para su enfermedad. Emprendía así el último viaje de su vida, una legendaria travesía por buena parte de sus dominios que hoy en día ha dado pie a la creación de numerosas rutas e itinerarios turísticos que tratan de seguir las huellas del emperador.
Tras varias meses alojado en el Castillo de Oropesa, Carlos I se instaló en un sencillo palacio que había ordenado construir junto al Monasterio de San Jerónimo de Yuste, donde residió desde febrero de 1557 hasta el 21 de septiembre de 1558, cuando falleció. En un primer momento, su cuerpo fue enterrado en la propia iglesia monacal, hasta que sus restos se trasladaron hasta El Escorial por orden de su hijo, el rey Felipe II, donde permanecen desde 1573.
Qué ver en el Monasterio de Yuste
El origen del Monasterio de San Jerónimo de Yuste se encuentra a comienzos del siglo XV, cuando se construyó un pequeño cenobio en el que habitaron un grupo de ermitaños que acabarían integrándose en la Orden de San Jerónimo. Su esplendor llegó con la elección del emperador Carlos I de retirarse en él.
De estilo gótico y renacentista, durante la Guerra de Independencia fue saqueado, aunque cayó en desgracia verdaderamente con la Desamortización de Mendizabal. Los monjes fueron expulsados y el edificio vendido, aunque comenzó a escribir su historia de nuevo a mediados del siglo XX, al regresar sus primitivos moradores y ser declarado el conjunto Bien de Interés Cultural.
El monasterio
El monasterio como tal se compone de iglesia y claustros, así como de otras estancias en las que hacen vida los monjes que habitan en él. La mayor parte de las construcciones de esta parte del recinto son del siglo XV, aunque también hay ampliaciones de la época del emperador.
- Iglesia
Se trata de un edificio de una sola nave que no destaca precisamente por su grandeza, ya que responde a la sencillez propia de la orden jerónima. Fue construida en estilo gótico tardío en el siglo XV, destacando que en su interior se conserva un maravilloso retablo renacentista obra de Antonio de Segura, encargado por Felipe II.
- Claustro Gótico
Al mismo tiempo que se levantó la iglesia monacal, se construyó también el denominado como claustro gótico, el más antiguo de los dos que tiene el monasterio y diseñado en el mismo estilo del que recibe su nombre. Se trata de un recinto rectangular, de dos pisos, y con vegetación central, una estancia muy tranquila en la que reflexionar o meditar.
- Claustro Nuevo
Ya en el siglo XVI, se construyó un nuevo claustro, esta vez de estilo completamente renacentista o plateresco y que muestra una mayor planificación arquitectónica. El espacio es mucho más abierto y el jardín central está más ordenado, destacando la fuente que susurra con sus aguas a los monjes y visitantes que acuden en busca de las huellas de Carlos V.
Palacio del Emperador
Cuando el emperador decidió retirarse a un monasterio para disfrutar de la que era su jubilación, sabía que allí acabaría también sus días. Por ello, no ordenó construir una magnífica casa, sino un edificio funcional y sencillo, como así es el palacio que todavía se conserva. Levantado en ladrillo en su mayoría, está adosado a uno de los lados de la iglesia. De hecho, Carlos I escuchaba misa desde su alcoba, como así haría años después si hijo Felipe II en El Escorial.
Verdaderamente, estas estancias del Monasterio de Yuste son todo un centro de interpretación de la figura de Carlos I de España y V de Alemania. Las diferentes habitaciones atesoraron importantes obras de arte que actualmente se conservan en el Museo del Prado, pero lo más importante es el recuerdo que todavía se aprecia en cada una de ellas, destacando, por ejemplo, la cama en la que falleció.
Jardines
Junto al palacio, el emperador también ordenó diseñar unos jardines que se asemejaran a los de su Gante natal, para poder deleitarse recordando tiempos mejores. Numerosos estanques complementan a los arbustos y parterres, aunque poco fue el tiempo que su creador los disfrutó. De hecho, un mosquito que vivía en estas aguas fue el causante de transmitirle la malaria que acabó con su vida la madrugada del 21 de septiembre de 1558. Ironías de la vida.